Una de las primeras cosas que hago cuando se asoma la noche en Hammamet, Túnez, es inevitablemente mirar el cielo. Ese azul negro profundo y las estrellas…sí esas estrellas que están tan cerca que se enredan en mi cabello.
Nadie mira , yo soy la única que trata de entender por qué en ciertos lugares las estrellas y más aún todo el cielo me enamora…¿tendré alguna cuenta pendiente con el cosmos?…..lo cierto es que mientras la gente continúa caminando a sus hogares yo quedo fascinada, como en estado de enamoramiento, como cuando ves una persona bonita y no podés evitar mirarlo nuevamente…esa atracción tiene el cielo nocturno de Hammamet.
Miro la estrellas y trato de recordar cursos de astronomía, sí, he hecho cursos para aprender y descubrir , trato de recordar la noche con Hafed en la terraza, un pescador que quería explicarme las formas que combinan las luces en el cielo y cómo podía volver a la costa sin brújula ya que las estrellas guían en la noche. Todo en vano sólo reconozco las tres lucecitas seguidas según dicen las tres Marías. Y me pregunto dónde termina este cielo, cuántas estrellas se enredaron en mi cabello. La respuesta es tantas como números, he aquí un ejemplo concreto de que lo infinito cabe en una mirada.
¿Cuántas estrellas hay? Las que podemos contar con los dedos, o sea los números naturales, siempre están ahí. Los números que nos sirven para contar desde pequeños. Tres pequeños dedos indican la edad de un niño. Las que ya no iluminan serían los números negativos, las que fueron, antes que nosotros. Las que no vemos son esos números reales que sabemos que existen sólo por la mala costumbre de creer , pero sabemos que existen como las brujas. Phi, e , ψ, y otros que tienen nombres especiales y las odiadas…
Las que vemos y no vemos, titilan quizás, serían los racionales que son esos malditas fracciones entre dos enteros que nos rompen el coco en la escuela, lo mismo que nuestra vista al tratar de divisarlas.
Así que si me pregunto cuántas estrellas tengo enredadas en mi cabello, son más que pelos en mi cabeza, que por cierto será difícil de contar pero son unos cuantos .
Así pues la maravilla del infinito está enredada en todo nuestro finito mundo.
¡Qué belleza!… quiero volver a ver las estrellas en la noche de Hammamet.